Situado en la España de 1975, Sacristán interpreta a un veterano pintor que está sumido en una grave crisis artística: la muerte de su mujer le ha hecho caer hasta lo más hondo de su ser. Desde entonces no ha podido volver a crear una obra. A pesar de sus esfuerzos, nada sale como debería. Nada le gusta.
A esto se le añade la situación de su hija, encarcelada por razones políticas, justo antes de que apareciera la enfermedad de su mujer. Su hija tuvo que vivir el calvario del fallecimiento de su progenitora desde la prisión. Se llamaba Ana y desprendía belleza, alegría y pasión a su alrededor.
El artista desgrana sus sentimientos y recuerda sus mejores y peores momentos en todo un canto a la vida y un soliloquio centrado en el amor. Además, propone un exorcismo al dolor a la enfermedad, al dolor a la muerte prematura y al dolor a la soledad.