He sido feliz al apreciar como Alfredo, debate su ansia de vida, con Kierkegaard, el filósofo de la realidad humana. Escucharlos debatir, es una necesidad tan útil, como pensar. Ver a Kierkegaard llorar, me hace lamentar, la razón, de que urbanitas como nosotros, no aprendiéramos a llorar.
Gracias al buen Kierkegaard, por la paciencia que ha tenido en facilitarme la posibilidad de intentar conocerle y apreciar, que todo ser humano, siempre tendrá, el dolorido sentir existencialista, que Kierkegaard vivió y analizó en vida.
A lo largo de más de cincuenta años, la curiosidad me llevó a aproximarme a seres como Freud, Mussolini, la Reina Isabel, Santa Teresa, Picasso, Medea y Ouka Leele (Bárbara Allende)… mi osadía la he pagado cara, pero a mis años, me siento feliz de al menos, haber intentado saber el porqué y el cómo, de estos seres que fueron lo que el destino les obligó a ser.
Hoy es Soren Kierkegaard, el que me animó a llamar a su puerta para llevarle al teatro. Ha sido un atrevimiento para un independiente como yo, que apenas acepta las reglas convencionales del teatro. Mi escuela es, el payaso Charlie Rivel y su minimalismo… una silla, un paraguas y un actor.
La suerte me facilitó trabajar con Víctor Rivas, que durante tres meses me fue asombrando con su creatividad actoral. Nacido para ser actor de ley, puedo decir que verle creer y crecer, letra a letra a Soren Kierkegaard y al personaje de Alfredo, ha sido en mi vejez, una reafirmación de que el teatro puede ser, no solo reflejo de nosotros mismos, si no también, verdad, incendio y humanidad.